13 de junio de 2016
Todas las emociones, incluso las que consideramos más negativas, desempeñan funciones que son adaptativas en el ser humano, predisponiéndonos a realizar algún tipo de acción necesaria para sentirnos mejor. Por poner algunos ejemplos, la ansiedad y el miedo aparecen cuando percibimos peligro, activando el organismo para huir o evitarlo. La tristeza nos predispone para buscar ayuda. La ira y la rabia, nos activan para defendernos y/o atacar. Por último, la culpa (El sentimiento de culpa), tiene la función de hacer consciente algo que hemos hecho mal y facilita los intentos de reparación.
En el artículo de hoy vamos a abordar el sentimiento de culpa. Éste, surge de la creencia de haber transgredido las normas éticas o morales que cada uno de nosotros tenemos. La vulneración de este principio ético genera malestar, ya sea a modo de culpa o de vergüenza. A diferencia de la vergüenza, la culpa alude a una conducta concreta valorada como errónea.
La aparición del sentimiento de culpa está vinculado al desarrollo social, más concretamente al desarrollo de la conciencia moral. Hay personas que viven la culpa con más o menos intensidad que otras, lo cual depende de las diferencias individuales de cada uno y del estilo educativo con el que hemos crecido. Por poner un ejemplo, las personalidades más obsesivas tienden a vivir la culpa con más intensidad, así como aquellos que se criaron en ambientes donde los padres ejercían castigo psicológico (“¿no ves cómo nos haces sufrir?”, “Con todo lo que hemos hecho por ti y así nos lo pagas…”,”Nos has decepcionado”, etc)
La culpa puede ser anómala tanto por exceso como por defecto. En el primer caso, suele estar muy vinculado con la depresión y/o personalidades más obsesivas, caracterizadas por altos niveles de exigencia y perfeccionismo. Aquellas personas que se sienten deprimidas suelen sufrir el sentimiento de culpa basado en incidentes triviales, es más, en muchas ocasiones ni siquiera identifican porqué se sienten así. Este sentimiento es muy destructivo, ya que impide a la persona disfrutar de aquellas cosas de las que puede sentirse orgulloso y ser feliz.
En otras ocasiones, la patología de la culpa se relaciona con su inexistencia. Esto ocurre por ejemplo en el trastorno antisocial de la personalidad, donde no se ha desarrollado la capacidad de empatía, y por lo tanto estas personas son incapaces de sentir compasión por aquellos a quienes dañan.
Una forma paradójica del sentimiento de culpa es aquel que experimentan las víctimas de violencia de género, agresiones sexuales, etc, donde la atribución interna de no haber evitado la agresión, o creerse provocadoras de la violencia sufrida, generan un sentimiento devastador.
En resumen, sentir culpa es algo completamente normal y beneficioso cuando nos hacemos conscientes de aquello que no hemos realizado de la manera que consideramos correcta y podemos remendarlo, o al menos arrepentirnos y solicitar perdón. Sin embargo, si esta emoción la mantenemos en el tiempo, nos paraliza, no encontramos formas de gestionarla y caemos en la desesperación y la desesperanza, es el momento de ponerse en manos de profesionales que puedan ayudarte a canalizar estas emociones y ajustarlas a la realidad que vives.
María Espigares de Silóniz | Psicóloga y Psicoterapéuta Gestalt en Madrid
Centro de Psicología | Mentae