10 de Marzo de 2015
Si tuvieras que definirte, ¿cómo te describirías? O ¿cómo crees que te describiría tu familia o amigos? Quizás dirían de ti que eres optimista o pesimista, luchador/a, conformista, tímido/a, pasota, exigente…; pero… alguna vez te has preguntado ¿por qué eres así?, ¿qué te ha influido para ser así? Seguramente, la mayoría, responderíamos que somos así porque somos herederos de una genética determinada y hemos tenido unas experiencias que nos han influido en una forma concreta de pensar, sentir y actuar. Por experiencia entendemos lo que hemos aprendido a través de los entornos en los que nos hemos desenvuelto: familia, amigos, escuela, trabajo…
Para un niño, durante sus primeros años de vida, sus experiencias se basan, principalmente, en el entorno familiar y, un poco después, en la escuela y amigos. Estos tres entornos van a influir en la forma de pensar, sentir y actuar del niño hasta su adolescencia o primera juventud.
Multitud de estudios y autores han investigado acerca de la importancia del entorno familiar y, en concreto, de cómo influye el estilo educativo, de los padres, en el comportamiento del niño y en su capacidad para adaptarse y relacionarse en la escuela y con los demás.
De este modo, los padres juegan un papel fundamental en la vida de sus hijos. Ellos son los encargados de enseñarle que puede hacer y que no puede hacer, es decir, son los encargados de poner límites. Los límites se traducen en normas que establecen un plan de funcionamiento. Además, proporcionan seguridad al niño para enfrentarse con el mundo por lo que, hacer de un niño un ser feliz, implica que se sienta seguro y protegido, y para ello es preciso ponerle límites.
Las distintas maneras que tienen los padres de poner o no poner límites determina un estilo educativo y estos estilos educativos tienen unas consecuencias positivas y/o negativas en los niños.
Los estilos educativos que destacan son:
Numerosos estudios han podido observar correlaciones significativas entre trastornos presentados por los hijos (interrupción de los estudios, problemas fóbicos, obsesiones, conductas problemáticas, trastornos de la alimentación, etc.) y estilos educativos familiares particulares. Por tanto, la intervención orientada a la solución de las consecuencias negativas que algunos de estos estilos educativos producen, ha hecho necesario, la mayoría de las veces, modificar estos modelos de relación familiar, con el fin de conducir a los hijos que presentan el trastorno, o a los padres, a desbloquear su dificultad.
“La diferencia entre ganar y perder a menudo consiste en no abandonar”. Walt Disney.
Marta Prada Antón | Psicóloga especialista en niños y adolescentes.