Cómo nos provoca sufrimiento la mente

21 de junio de 2016

Aunque ha sucedido en cierta medida todo el mundo, en nuestra cultura occidental se ha dado todavía una mayor importancia a los pensamientos, a la mente en su conjunto. Encontramos el “pienso, luego existo” de Descartes con su concepción de la mente y el cuerpo como elementos separados. Concepción que ha sido muy dañina para el avance del conocimiento y de la medicina. Hoy día se está superando esta distinción aunque lentamente. Por ejemplo, aún hoy hay una distinción entre las alteraciones corporales y los trastornos mentales. Aunque tal distinción es ilusoria pues la mente y el cuerpo están interconectados y funcionan en armonía.

Pero ¿que es la mente? La existencia de la mente es algo maravilloso. Al igual que el árbol es entelequia de la semilla la mente lo es del cerebro. Uno al observar la semilla no puede averiguar en lo que se convertirá. Lo mismo pasa con el cerebro. Nadie, al observar el cerebro físico, podría aventurar que su funcionamiento está preparado para dar lugar a un sistema operativo, un “software”, con propiedades muy distintas del cerebro. De hecho, la mente es una representación consciente derivada del funcionamiento del cerebro. Nadie sabe como se produce este paso desde los procesos cerebrales a los procesos mentales. Pero así es. Y lo que más puede sorprendernos es la conciencia que se desarrolla de esos procesos mentales que, aunque se vislumbra ya en animales avanzados como los gorilas, en la especie humana alcanza su mayor expresión. Podemos oler una flor, pero además podemos ser conscientes, de que en este mismo momento me doy cuenta de que estoy oliendo una flor. Es decir no tengo porque ser esclavo de la interminable sucesión de estímulos y respuestas. Sino que puedo ser consciente y elegir.

Y dentro de nuestra mente una de sus capacidades es la de pensar. El razonamiento, el intelecto, cómo herramienta para solucionar problemas, superar obstáculos, protegerme e incluso explicar la realidad dándole un sentido. Nótese que todas estas funciones están relacionadas. Por ejemplo, la mente me permite anticipar un peligro, como saber que coger un alimento que ha sido tirado al suelo y comérmelo puede ser peligroso para mí por las bacterias que puede contener. Anticipo el peligro y genero una solución: no cogerlo si pienso que puede ser peligroso para mi salud.

Sin embargo en muchas personas el pensamiento ha pasado de ser una herramienta en la vida a una prisión. Imaginemos, tomando el ejemplo anterior, que la exagerada obsesión por la contaminación y los gérmenes me llevase a ponerme guantes por la calle, para no coger excesivas bacterias y otras cosas por el estilo. E incluso, imaginemos que con el tiempo mi mente me incita a ponerme una mascarilla para que no me lleguen los gérmenes de otras personas o cosas a la boca, que me empiece a lavar las manos cinco, diez o veinte veces al día, o que esterilice la comida que tomo.

Como vemos con el ejemplo, la mente, que tiene la función de protegernos se ha ido excediendo poco a poco en su tarea, hasta pasar de ser una herramienta que nos indica cómo protegernos de la contaminación hasta ser nuestra cárcel. Incluso literalmente puedo llegar a dejar de salir de casa para no contaminarme. Y aunque aquí el ejemplo pueda parecer surrealista en realidad le ocurre a mucha gente por todo el mundo. Los ejemplos de cómo el pensamiento “se pasa” en su función de protegernos son múltiples: cómo me siento un inepto socialmente dejo de salir e interaccionar con la gente hasta que me quedo encerrado en casa y ya no intento si quiera hablar con los demás; llevo con una depresión tanto tiempo que ya no pudiendo aguantar más esta tristeza y sufrimiento en la mente surge la idea del suicidio o cómo ante una situación mantenida de bulling en el trabajo mi mente brota y crea un delirio, que sirve para protegerme del dolor, en el que resulta que el acoso laboral forma parte de un plan “divino” de mis jefes que consiste en que todo el mundo me va a atacar para que yo demuestre que puedo hacer un gran bien a la sociedad. Las maneras en las que la mente puede intentar protegerme hasta el punto de encerrarme en una prisión son múltiples. Otro ejemplo más cercano puede ser el de pasarme todo el día preocupado tratando de resolver un problema, de buscar una solución perfecta, aunque cada vez estoy de peor humor, más irascible, me empieza a dar dolor de cabeza de tanto pensar, etc.

Hay diversos aspectos que potencian este poder de la mente para aprisionarnos, para llevarnos por derroteros de sufrimiento alrededor de la rueda del samsara. Pues tal y como le digo yo a mis pacientes, el poder que la mente tiene sobre nosotros, se lo damos nosotros mismos.

Por un lado está el excesivo poder que en el mundo en general y en nuestra cultura en particular se le da a los pensamientos. Aquí podemos volver a citar el “pienso, luego existo”. Es decir, parece que en nuestra sociedad el pensamiento ha adquirido un status quo preponderante. Cómo si el pensar mucho sobre algo fuera necesario para llegar a mejores soluciones. No vamos a negar que el pensamiento hipotético deductivo o el inductivo son determinantes para llegar a conclusiones y a afirmaciones verdaderas o lógicas. Sin embargo hay personas que una vez encontrada la solución adecuada al problema siguen dándole vueltas y más vueltas en una espiral sin fin. Algunos buscan la solución perfecta, otros que con la solución aparezca un sentimiento de seguridad, de certidumbre de estar en lo correcto, otros tienen miedo a poner en práctica la decisión y la postergan pensando, etc. El fin es distinto pero el sufrimiento que generan las distintas opciones es similar.

Otro aspecto relacionado es considerar que los pensamientos tienen entidad propia. Que son reales. Esto quizá pueda sonarnos extraño pero así ocurre. Por ejemplo si pienso que me está saliendo mal la entrevista de trabajo empezaré a sudar, a inquietarme, a dudar sobre mi capacidad, estaré más atento a si lo que digo es adecuado que puedo llegar a perder el discurso, la atención puede incluso pasar de mi discurso al sudor que me cae de la frente y que puede indicar al entrevistador que quizá “no esté preparado para este puesto de trabajo”, etc. Es decir, pensar que la entrevista me está saliendo mal hace que al final me salga mal, porque crea esa realidad y mi conducta se encauza para satisfacer esa línea de pensamiento. Es el famoso cuento de la lechera en el que la lechera se llega a creer sus fantasías de éxito lo que la hace dar un salto y el cántaro de leche se le cae al suelo. Aquí el punto central es que permitimos que los pensamientos se excedan en su tarea de interpretar la realidad y la construyan. Buda dijo una vez: “la mente precede a las cosas, las domina, las crea”. Y este aspecto conlleva un gran sufrimiento para nosotros. Si pensamos, por ejemplo, que alguien habla mal sobre nosotros es muy probable que nos posicionamos en su contra buscando aliados y hablando nosotros mal de él o interpretando su conducta con intencionalidad negativa hacia nuestra persona. Y así acabaremos creando una realidad, daremos cuerpo y poder sobre nosotros a un pensamiento. Cuando en realidad esa persona puede no haber hablado mal sobre nosotros nunca.

Para entender otro punto importante hay que tener en cuenta la siguiente secuencia: al actuar como si los pensamientos tuviesen una entidad real, que por pensar algo eso ocurre y al vivenciarlo como tal, si hemos pensado algo negativo el pensamiento puede traernos sufrimiento. Entonces para dejar de sufrir intentamos no pensar en ello. Y justo aquello que nos provoca sufrimiento vuelve con mayor poder. Para explicar esto y darnos cuenta de que muchas veces no podemos dejar de pensar en lo que no queremos pensar encontramos el experimento del elefante rosa. Piense durante un momento en un elefante rosa, lo más nítidamente posible. Cuando lo tenga claramente definido en su mente deje de pensar en ese elefante rosa. ¿Ha podido dejar de pensar en él? Es probable que ese elefante se niegue a desaparecer y vuelva a asomar por el quicio de su mente. Esto es lo que en la terapia de Aceptación y Compromiso denominamos el control irónico de la mente. Es decir, para saber si hemos dejado de pensar en algo la mente busca que en su conciencia no esté ese algo, trayéndolo de nuevo a nuestra conciencia. En la vida real encontramos múltiples ejemplos de este punto: no quiero pensar en la posibilidad de que me puedan despedir del trabajo y esta posibilidad no para de venir a mi mente trayéndome angustia y sufrimiento.

En próximos artículos veremos que plantean el mindfulness y la terapia de aceptación y compromiso para superar el sufrimiento que nos provocan ciertos pensamientos como las preocupaciones o las obsesiones.

Samuel Gómez Jiménez | Psicólogo infantil y adolescente en Madrid

samuel@psicologiamentae.com

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