Cómo funciona nuestro cerebro ante un proceso de duelo

29 de Enero de 2016

El duelo se define como todo periodo necesario para dejar de tener aquello que se tiene. Nuestro corazón no es el órgano que sufre, es nuestra manera de procesar toda la información de la novedad, es todo el proceso de recuperación de todo nuestro aprendizaje y conocimiento adquirido, nuestros hábitos, nuestras formas de actuar en respuesta a estímulos, nuestra trayectoria de vida, almacenado en áreas de hipocampo, conectadas con la amígdala, bajo el control del poderoso córtex prefrontal, porque todo recuerdo está asociada a una emoción pero bajo la orden consciente o inconsciente de un complejo circuito de áreas interconectadas entre sí.

El fenómeno de la plasticidad, no es más que la reorganización de neuronas y conexiones, áreas que el cerebro, con lesión cerebral, vuelve a recuperar en funcionalidad, si no es en esa misma área, otra zona suple la misma función. Y en un SPECT scan se observa cómo se capta la actividad neuronal en zonas que no les corresponde. Podríamos suponer que el cerebro, ese órgano del cuerpo, único y personal, sobrevive a episodios de alto riesgo mortal, pero sale adelante, se reorganiza, recupera e incluso progresa a un cerebro en versión mejorada, más rápido, más eficaz, selecciona la información relevante, dejando de atender a la no importante, la que no se necesita para vivir, la que permite adaptarse al medio. Un cerebro capaz de hacer esto, permite sobrellevar pérdidas, pérdida de la salud, de un ser que amamos, de una ocupación, de una vida, de un hábito…y en todo proceso de duelo, entra en juego de alguna manera esta forma de “reorganización neuronal”.

El dolor también tiene su localización en áreas de la corteza cingular, (1)  parte fundamental del sistema límbico donde se procesan la mayor parte de las emociones, sentimientos y experiencias, las cuales nos hacen reaccionar y actuar, a través de las funciones ejecutivas. 

Memoria y lenguaje.

Las capacidades que permiten recuperar recuerdos, darles un nombre a cada acontecimiento importante, y lo cotidiano del día a día. Lo subjetivo y la evidencia real. El poder del lenguaje no verbal, formado por una serie de códigos de conducta que sólo un cerebro inteligente es capaz de codificar y dar sentido, desde la mera percepción a través de los sentidos, hasta las áreas de la corteza cerebral implicadas en el procesamiento de dicha información. Y en todo suceso traumático, es el hipocampo capaz de bloquear acontecimientos de este tipo que garanticen la supervivencia. El trauma en niños se ha evidenciado cientificamente con áreas cerebrales, como el hipocampo, mucho mas pequeñas que en aquellos niños que no habían sufrido abusos en su infancia. El ser humano tiene la necesidad de dar nombre a cada acontecimiento que sucede, busca explicaciones y es capaz incluso de construir teorías falsas, como buen cerebro creativo que poseemos.

En las enfermedades degenerativas como el Alzheimer, los recuerdos mas recientes se pierden, las palabras nuevas se olvidan, pero permanece el pasado mas remoto, la memoria autobiográfica, nuestro punto de referencia con el que crecimos y aprendimos, no se eliminan mientras estén asociados a emociones de alto impacto. Por eso es tan dificil superar el duelo de algo que ha permanecido tanto tiempo en nuestros recuerdos, sin estar preparados. Aunque la realidad es que no nos educan ni nos entrenan para afrontar estas situaciones, tan difíciles de gestionar emocionalmente.

Atención y funciones ejecutivas.

Focalizar, seleccionar, mantener e incluso dividir nuestra capacidad de atención es una de las capacidades cognitivas que nos hace más o menos felices.  Sólo las mentes capaces de tener más flexibilidad cognitiva sobrevive a contratiempos, daños cerebrales, y deterioro cognitivo. La mente humana, buscador de soluciones, el autocontrol de conductas y pensamientos que nos permiten adaptarnos al medio y sobrevivir. Selección natural pura y dura, desde un punto de vista cognitivo. El duelo es pues todo proceso necesario que nos obliga a dirigir nuestro foco de atención, hacia los estimulos “distractores”, a la vez que se mantienen los hábitos que permiten avanzar y vivir, “aparentemente” mientras se supera el maravilloso arte de transformar la ausencia que duele en nostalgia. La mente humana es capaz de olvidar las emociones negativas asociadas a un evento traumático. Y unicamente, en esa nueva necesidad de avanzar, se suman personas, nuevos hábitos, nueva información, nuevas conductas, que hacen que se vaya construyendo toda esa trayectoria de vida, desde el principio hasta el final.

Otra forma de tratar a nuestros pacientes con una historia de pérdidas de este tipo, es ofrecerle herramientas que permiten tomar perspectiva en el tiempo, basadas en el autonocimiento, el del aquí y el del ahora. No hay metas a largo plazo, el día a día es la parte fundamental para dirigir a la persona cuyo vacío existencial debe cubrir con paciencia y con el apoyo de los que le rodean. Nuestro cerebro y nuestro cuerpo debe seguir un tiempo de recuperación, hasta un año, para acomodar al paciente a la nueva situación.

“DARSE TIEMPO, DARSE PERMISO”

Teresa Ibarra | Neuropsicóloga en Madrid

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